Los ciclos del año son una metáfora de los ciclos de la vida. Cada estación conlleva la memoria arquetípica del espíritu humano y guarda, entre sus pliegues, historias y huellas de afectos, vínculos y dinámicas parentales. Narra el misterio de la regeneración familiar, del transcurso del tiempo, del orden de la existencia, muertes y nacimientos, uniones y separaciones, exclusiones e inclusiones. Supone la presencia de una mirada optimista y esperanzadora: la muerte no es el fin, el invierno nunca es definitivo, la regeneración sucede, las tensiones de la polaridad forman parte de la naturaleza, del juego en el que participamos.
Por otra parte, los cambios estacionales conectan con temas familiares vertebrales: sexualidad, erotismo, genealogía femenina, fertilidad, sacrificios, muertes, necesidad, culpa, inocencia, traumas… De modo que, las estaciones del año son ventanas de oportunidad para no sólo llevar a cabo un trabajo personal, sino familiar, tanto sobre la familia exterior como la interior. Al mismo tiempo, son símbolos de los “climas” familiares dominantes, en cada momento y como estructuras constantes.
Todo esto nos lleva a plantear un eje de trabajo en cada estación que abarcará:
1) Las dimensiones de cuerpo, psiquismo y alma
2)Las memorias arquetípicas, ancestrales y personales
3) Los vínculos de amor y desamor
4) Los contextos de vida.
En este eje, más allá de desarrollar una enseñanza discursiva. exploraremos, de manera vivencial, primaveras, veranos, otoños e inviernos, personales y constelares, para descubrir como las estaciones viven en nosotros y en el alma familiar. Indagaremos sobre pendientes, anhelos, potencialidades, implicaciones y embrollos propios de cada momento del ritmo estacional que, desde luego, también está en nuestro interior. Además, como las estaciones están grabadas en nuestro cuerpo, intentaremos sensorializar la experiencia: sabores, sonidos, olores, colores, texturas… Y, como, potencialmente, son experiencias espirituales, viviremos rituales estacionales que nos conecten con el alma familiar, que “…vincula de manera especial a determinados miembros de la familia, dirigiéndolos a través de una conciencia común.” (Bert Hellinger) Y, por cierto, trabajaremos con la Rueda de las Cuatro Direcciones, como una herramienta guía del enfoque constelar y vincular y ejercicios de imaginación activa.
Si bien el ciclo estacional tiene que ver con el sol, con un símbolo del padre, las dinámicas internas que suceden, en el lapso de tiempo de su inicio a su fin, representan un itinerario vincular de la mutualidad diádica madre-hijo. En el proceso de la vida el padre da estructura, la madre movimiento, el padre da apoyo, la madre sostén. Hay, entonces, un itinerario de la primavera a invierno que expresa las relaciones de los hijos con la madre y de la madre con los hijos. No por nada el mito griego de la fundación de las Estaciones está asociado a Deméter (arquetipo de la madre) y su hija Perséfone. En suma, “La relación con la naturaleza, que despierta fuertes sentimientos de amor, reverencia, admiración y devoción, tiene mucho en común con la relación con la madre, como siempre lo han reconocido los poetas.” (Melanie Klein).
Este recorrido es un viaje. Como, del mismo modo, es un viaje el itinerario por las estaciones. Un viaje que vamos a hacer juntos. Y, dado que: “…la mejor manera de viajar es sentir. / Sentirlo todo de todas las maneras. / Sentirlo todo excesivamente, …” (Fernando Pessoa), les proponemos hacer un viaje por los sentires, porque los sentires no son solo afectos, son existencia. El sistema habita en nuestros sentires y, al desplegar una travesía por ellos, peregrinamos por nuestro sistema. La verdad no cabe en palabras, reside en los sentires. Y, los sentires, son vínculos.