Claudio nos hizo reflexionar, entre otras cosas, sobre el “cuerno” con el cual miramos el mundo y, por lo tanto, nos introdujo en la presencia de la subjetividad, en la construcción de nuestras miradas con las cuales creamos la “realidad”.
Santiago nos enseñó, que venimos a aprender y que la enfermedad es maestra en ese proceso. Y, desde las neurociencias, nos hizo preguntarnos si el mirar que tenemos desde nuestro “cuerno” es útil o no en nuestra vida. Jan, aportó, desde la enseñanza de Buda, el valor de agregar a la utilidad, de ese mirar que cada uno tiene, compasión y ecuanimidad.
Ahora bien, es cierto que el cerebro está alentado por la búsqueda de sobrevivir. La evolución así lo ha forjado en millones de años. Para comprender las diferentes dimensiones desde donde abordamos el tema, hay que diferenciar el sobrevivir, del vivir y la trascendencia. La construcción de apegos es un ejemplo interpersonal de la realidad biológica y arquetípica de la sobrevivencia, donde la ley en ese nivel es la utilidad de las emociones; sin embargo, en el vivir se vuelve la ley de la intención. Los vínculos, consciente o inconscientemente, conllevan intencionalidad. Pero, trascender, conduce a ampliar el compartir afectos, a compartirnos en los afectos. Y, eso es la esencia de la relación. Entonces, allí la intención se convierte en propósito. El otro, como espejo en el vivir, se transforma, en el trascender, en maestro. Ahora bien, lo mismo que sucede en lo personal ocurre en el sistema. Sobrevivir, vivir y trascender, son desafíos que retan al sistema. Y, el sistema, va hacia nosotros y nosotros hacia al sistema, en un movimiento dialéctico en busca de mutuas respuestas. Si nutrimos, cobijamos y damos afectos al sistema, el sistema nos devuelve eso. Nos ayudamos uno al otro a sobrevivir. El sistema nos cuida tanto como nosotros lo cuidamos. De manera que, es bueno comenzar a imaginar, cuando aparecen enredos en el hoy de nuestra historia, que no se trata de estar buscando los platos rotos ancestrales que los causan, sino preguntarse que demanda del sistema nosotros no escuchamos y no le dimos lugar. Hay que interrogarse, por lo tanto, acerca de cómo ayudo a sobrevivir al sistema. ¿Le doy cobijo, lo nutro, lo envuelvo de afectos? Y, lo que sucede en esta dimensión acontece, también, en el vivir y trascender. Así, por ejemplo, es cierto que el sistema nos puede excluir, pero vale la pena indagar que siente el sistema cuando nosotros lo excluimos de nuestra vida. Con esta perspectiva es que vamos a nuestro próximo encuentro de Salud Sistémica, en un recorrido donde observamos como el sistema dialoga con nosotros y nosotros con él, a través de los síntomas y de los procesos curativos y sanadores, como procesos de aprendizaje. En este contexto es importante unir a los órdenes del amor, los órdenes de la realidad, la fidelidad al sistema con la fidelidad a uno mismo. Vamos a ver que agregan, al “cuerno”, los maestros invitados al próximo encuentro de Salud Sistémica.
Les esperamos!